Un paso doblado hacia la izquierda le hizo dar con el brazo en una pared llena de capas y capas de carteles de papel. En el mismo movimiento echó el hombro hacia atrás impulsándose y se enderezó sin aminorar la marcha. No conseguía pasos muy rectos. Abrió enormemente los ojos para ver posibles baches al pasar junto a un farol sin luz. De nuevo aceleró al alcanzar terreno iluminado. El aire estaba helado y lo notaba cortándole la cara. Le hacía sentirse veloz. Pasó junto a un largo escaparate y su cara reflejada le pareció graciosamente extraña. Sonrió tontamente al desconocido que le sonreía tontamente sin reducir su ritmo.
La mañana anterior había cruzado la ciudad en sentido contrario y no había imaginado que el día pudiera terminar de aquella forma. ¿En qué había pensado él aquella mañana? En alguna casa ¿en qué ciudad?, en el trabajo, nuevos proyectos. Todo ajeno a lo que ahora vivía. Pensaba temas técnicos, en el mercado, que reclamaba un lenguaje estándar para electrodomésticos inteligentes. Ese era su trabajo por el momento. Con esa simplificación pronto un hogar inteligente no sería un lujo de unos pocos, pronto se implantaría en la sociedad como los coches y los teléfonos. A todos les había gustado el sistema que había instalado en su propia casa. A todos les gustaría. Iba a ser un éxito.
Un gato se escondió bajo un coche en la otra acera y lo vigiló mientras pasaba, quieto y sin parpadear, sin pulso. Como si una operación militar a gran escala dependiera de su sigilo. Él se metió las manos en los bolsillos. No llevaba guantes. Sus sentidos estaban abiertos como nunca. Su equilibrio exageraba cada movimiento haciéndole dar tumbos a los lados. Observaba con atención cada detalle a su alrededor. El silencio hacía extraña la ciudad. Era como estar en una ciudad desconocida, nueva, como si hubiera aparecido de repente en medio de cualquier calle del mundo. Aunque, por otra parte, sabía en qué esquina tenía que girar.
Su mente estaba activa y descontrolada. Imaginaba el crecimiento que había tenido hasta ese preciso momento cada flor que veía, imaginaba al albañil poniendo cada ladrillo que pasaba por su lado, era consciente de toda la historia de cada objeto que se cruzaba y le maravillaba que todas esas historias, de pronto, esa noche, tuvieran relación con él por pasar por allí y reparar en ellas. Respiraba bocanadas de puro presente. Se veía a sí mismo en esa noche como una sorpresa para su pasado y como algo añorado por su futuro y aprovechaba cada instante prestando atención a cada movimiento, a cada color, a cada forma como si hubiera vuelto desde el futuro para vivirlo una única vez más. Sacó las manos de los bolsillos para poder sentir el frío y se maravilló de estar haciendo que dos manos se movieran tan sólo con desearlo.
En cuanto llegara a su casa le esperaba la calefacción, la cena que le apeteciera, la cama. ¡Oh!, la cama. Qué éxtasis era saber en aquel momento que le esperaba una cama. Para él. Su propia cama. Las piernas le dolían de tanto caminar. No le apetecía recordar su historia. Le gustaba aquella sensación de haber aparecido de repente en una ciudad de un universo con una cama preparada para él.
Su conciencia parecía haber dejado de entender el tiempo y el lugar. Se podía ver a sí mismo desde ese gato. El gato miraba desde debajo del coche y él sabía exactamente qué debía estar viendo, la impresión que él debía estar causándole, la tranquilidad de ver que pasaba de largo, el frío que sentía, su visión de la ciudad, su vida de gato. Una extraña alegría le invadió al pensar en su suerte: De aquellos dos personajes que ahora mismo contemplaba a él le había tocado ser el hombre que iba hacia su cama.
Se apartó para no chocar con unos cartones. Debajo dormía un hombre. Trató de no hacer ruido al pisar. Asomaban una melena canosa amarillenta y unos pies vestidos con unas zapatillas rotas.
Era asombroso ser un humano y llegar al portal. Había una zona del planeta reservada únicamente para él. Un lugar con cama y calefacción a su nombre cerrados con una llave para todos menos para él. El mundo se lo había dado, él había aparecido en un universo que lo trataba así. En cuanto cerró la puerta de su casa se encendieron las lámparas del pasillo y del salón. Luces bajas y tenues, como le gustaban, para no romper el ambiente de la noche. Ahora comenzaba en bajo una música alegre y misteriosa que lo entusiasmaba aún más. Se descalzó y se quitó el abrigo y el jersey dejándolos en la entrada.
Le dolían los pies de caminar. La gruesa alfombra le hacía un masaje agradable en las plantas. Se dejó caer tumbado en el sofá. Sus piernas entumecidas agradecieron el descanso. Las encogió con fuerza para estirar los músculos y las volvió a relajar. Pensó en todo lo que obtenía para sí por dedicarse a aquel trabajo que le parecía como un juego. Pensó en el hombre que dormía bajo los cartones en su misma calle pero no se dedicaba a lo mismo que él, pensó en la gente que trabajaba en el campo y que no recibía tanto como él. Él no tenía culpa, tan sólo tenía suerte. Se sentía tan privilegiado. Se acurrucó en el sofá y cantó con los ojos entornados. Le encantaba aquella música. Pensó: “¿Quién roba para mí todo lo que tengo?¿Por qué me prefiere a mí?”
Un micrófono con forma de pirámide truncada escuchaba sin descanso sobre una mesa baja de cristal. Un circuito escondido en el salón atendía a cada sonido preparado para activar otro circuito. Él dijo “QUIERO” en voz alta y el sonido desató la cadena de sucesos. El circuito comprendió y actuó. La pantalla del salón se encendió mostrando un idílico paisaje. Él la miró, sonrió, y rió para sí. “ES TODO” y de nuevo se apagó. Ya no le importaba lo que había estado apunto de pedir. “QUIERO” y volvió a iluminarse aquel frío tapiz. Se dejó embelesar por la sumisión de aquellas cosas ante su voz. él tenía ojos y boca, manos y pies, y ahora también tenía lámparas, calefacción, altavoces y pantalla, y unos y otros obedecían sus deseos. “ABRIR DOCUMENTO”, “ESCRIBIR”, “HOLA AMO”. Y se deleitó viendo aparecer las letras que dictaba. Pero ese día no tenía ninguna buena idea para escribir o no estaba en condiciones de escribirla bien.
El sonido de su respiración fue bien interpretado: La pantalla se apagó, la persiana bajó silenciosamente y se redujo el volumen de la música; las luces fueron apagándose muy lentamente. A los dos minutos todo era silencio y oscuridad y la calefacción aumentó dos grados; durante el sueño los cuerpos se enfrían.
Eran las 10:32. La persiana se entreabrió levemente para dejarle ver sin deslumbrarlo. Oyó la cafetera borboteando en la cocina. Los sábados le gustaba desayunar con calma y recién levantado. Una luz parpadeando le indicaba que tenía mensajes. “QUIERO VER MENSAJES” y la pantalla mostró: “1- Pedido realizado al supermercado: pan y leche. 2- Una llamada al portal a las 9:27”. Había sido el servicio de entrega a domicilio. “NO REPETIR PEDIDO, ES TODO”.
Él mismo salió a las doce hacia el supermercado y recogió y pagó el encargo. A la salida una mujer sentada pedía dinero con un cartel en el regazo. Antes de acercarse buscó en sus bolsillos. No llevaba nada, había pagado con la tarjeta. Tuvo que rehuirle la mirada y pasar de largo. Aquello le hizo sentirse muy incómodo, pero sencillamente no llevaba nada encima, no era culpa suya.