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Archive for febrero 2011

El Llano en llamas (I)

«1953 México D. F. Se publica en el Fondo de Cultura Económica El Llano en llamas. La tirada es de sólo 2000 ejemplares y el éxito no es espectacular. Pero el libro llama la atención entre los asombrados conocedores. Su autor, el jalisciense Juan Rulfo, tiene treinta y cinco años, vive desde hace mucho en el distrito federal, ha publicado poco, alguno que otro cuento, y subsiste con un sueldo de empleado. Sólo le conocen unos cuantos -y fieles- amigos; pero su círculo, como el de tantos otros, empezará también a ampliarse. Dos años después, la novela Pedro Páramo (4.000 ejemplares en la primera edición) le catapultará a la fama y empezarán a reimprimirse ediciones de El Llano en llamas: 1955, 1959, 1961, 1964, 1965, 1967, 1969, 1970, 1971, … hasta nuestros días. …»

La primera vez que oí hablar de Juan Rulfo fue en mi primer año de univesirdad, a través de un antiguo profesor del colegio que me recomendó una lista de libros de escritores sudamericanos. En la lista estaba «Pedro Páramo» de Juan Rulfo y, a pesar de que no hice por conseguir el libro (me centré en «El Aleph», que también estaba en la lista), el nombre del libro se me quedó grabado. Aunque realmente debería decir «mal grabado», porque olvidé pronto quién de los dos era el escritor y quién el personaje. La primera vez que busqué el libro en una librería, pregunté por «Juan Rulfo de Pedro Páramo». Y aguanté la merecida sonrisilla del librero mientras me decía que «creía» que era al revés.

Más tarde, dada mi poca afición de entonces por comprar libros (pagarlos era lo que me molestaba), comencé a leerlo en la propia librería. Me bastó con leer una vez la primera frase del libro para que se me quedara grabada durante varios años más. «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo». Es perfecta: sobria, directa, sin excusas ni presentaciones. «Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera». En unas pocas frases presenta toda la situación con una voz tan sincera y confidencial, que parece estar oyéndose realmente al personaje. Creo que es precisamente ese tono de voz el que hace que se le hagan a uno cercanas las sobrias muestras de afectividad que tiene el texto: «Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. ‘No dejes de ir a visitarlo -me recomendó.» Después, un par de recursos que me sorprendieron: «Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.» …  «y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.» y por si aún quedaba algo de mí que no estuviera entusiasmado, la última frase de la primera parte (la primera página), redundante como en la literatura hablada, recoge todo lo dicho para volver a la idea de la primera frase, como si toda la introducción no existiese, como si realmente su única intención hubiera sido la primera frase. «Por eso vine a Comala».

Y ya me he puesto hablar de Pedro Páramo cuando mi intención era hablar de El Llano en llamas. Entre mis amigos cercanos y colegas de universidad ninguno conoce (y menos aún ha leído) ninguno de los libros de Rulfo (a excepción de Manuman, que ha estudiado humanidades). Sin embargo, los extranjeros que vienen a Sevilla a estudiar Filología Hispánica leen El Llano en llamas por prescripción magistral y fue una alemana la que me tuvo que dar a conocer el que quizás sea el mejor libro de relatos del siglo XX escrito en mi propia lengua (palabras de Juan Luis Panero). Ella ya lo había leído, así que me lo regaló. -¡Hombre, de Juan Rulfo, precisamente!

Como de costumbre, la entrada sobre un libro que me gusta, se me está haciendo más larga de lo que planeaba, así que voy a dejarla así por ahora y en la próxima entrada os cuento lo que hice con el libro y por qué hoy he querido escribir sobre él.

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